Las declaraciones
del ministro Wert manifestando la intención del Gobierno de españolizar a los
alumnos catalanes han despertado una enorme polémica justo en el momento en que los
movimientos separatistas en Cataluña y Vasconia están mostrando un cierto auge.
Días atrás, el ministro ya había dicho
que el auge separatista en estas dos regiones tenía que ver con los contenidos educativos que en ellas se imparten.
En
realidad, las palabras del ministro respondían a otras de la consejera catalana
de Educación en las que afirmaba que con el nuevo currículo "el ministro Wert
pretendía españolizar a los alumnos catalanes". Para situarse mínimamente en el contexto, hay que
señalar que el currículo catalán llama simplemente “Historia” a la asignatura
que en el resto de nuestra nación se denomina “Historia de España” o que las
sentencias del Tribunal Constitucional garantizando que en Cataluña los alumnos
puedan escolarizarse en español nunca se han cumplido en aras de la llamada “inmersión”
que no es otra cosa que la ejecución de una política abierta de diglosia
(situación en la que el poder favorece una lengua en detrimento de otra). Convendremos
en que cuando los separatistas llevan a la práctica este tipo de política educativa
será por alguna razón, que probablemente tenga que ver con su ideario
secesionista.
El
ministro aclaró en sede parlamentaria que para él españolizar implicaba que el
alumno catalán acepte y valore su españolidad y su catalanidad de forma
equilibrada y no como dos realidades disociadas. Si pensamos con frialdad sobre
el contenido de la frase y no nos dejamos llevar por la campaña organizada en
torno al Ministerio, convendremos en que cualquier español tiene que apoyarlas
y estar de acuerdo con ellas, pues son palabras que alientan la unidad y la
concordia, la búsqueda de lo que es común y el respeto también a la diferencia.
¿Quién no quiere que los catalanes se sientan españoles? Para quien desea que
Cataluña siga formando parte de España (supongo que en este barco también están
los socialistas), lo mejor es que esa convivencia se dé de la forma más grata y
armónica posible. Y ¿qué mejor que emplear los años de formación de una persona
para sentar las bases de la convivencia de las futuras generaciones?
Sin
embargo, estas palabras han despertado un coro de críticas que en lo
fundamental responden a un mismo argumento. El ministro Wert muestra un
ramalazo franquista y dictatorial al pretender que en Cataluña se defienda la
identidad española. Es decir, defender la identidad nacional es propio de regímenes
dictatoriales. La única nación con derecho a autodenominarse así (decimos
autodenominarse así porque fuera de Cataluña nadie toma en serio sus
aspiraciones) es Cataluña. España debe ser un estado plurinacional. Lo peor de
todo es que debido a la constante campaña de victimismo separatista amplificada
por su sistema educativo, hay españoles que admiten esta argumentación y que en
su relación con los separatistas, rehenes de su sentimiento de culpa, identifican
la idea de España con la dictadura o Franco.
Nada de esto tiene una base real.
Lo cierto es que el separatismo catalán es un producto decimonónico que siempre
ha jugado a obtener contrapartidas económicas con la amenaza implícita o
latente de la secesión. Lo cierto es que en Cataluña y según sus propias
estadísticas oficiales, el español es la lengua más hablaba. Lo cierto es que el español es la lengua que todos los catalanes emplean para comunicarse con el resto de los
españoles, también con los vascos, sí.
Hay que
acabar con los complejos. Y cuanto antes, mejor. Efectivamente España es una
nación y por tanto, ser nacionalista español es defender la nación española. Precisamente
porque la palabra nacionalismo proviene justamente de la palabra nación. Por
tanto, resulta absurdo denominar nacionalista a quien lo que pretende es la
separación de la nación. Serán (y así deben ser denominados) separatistas, pero
nunca nacionalistas. Otros términos que se han empleado últimamente han sido
soberanistas o independentistas, también con la intención de edulcorar y vender
adecuadamente ante la opinión pública lo que no es, ni más ni menos, que el
intento deliberado por romper la cohesión y convivencia nacional. Un intento,
que de llevarse a la práctica, resultaría traumático desde el punto de vista
económico y social. Esa es la realidad que
encubren palabras tan sugestivas como soberanismo o independentismo.
Como todos sabemos, el primer sistema que sirve para
organizar y dominar el mundo es el lenguaje. Y en este sentido, la ausencia de
una conciencia nacional española ha conducido en las últimas décadas (debido a
la falta de nivel intelectual en la izquierda española y al seguidismo
acomplejado de la derecha) a una claudicación lingüística en todo lo referido
al separatismo. En los años treinta, cualquier intelectual español como
Unamuno, Machado o Valle Inclán (y de ahí la población en general) llamaría a
las cosas por su nombre, que es la mejor forma de entenderse. Sin embargo, casi
cien años después, la victoria separatista es de tal calibre que hasta los
medios de la derecha aceptan con naturalidad decir palabras como Euskadi
(vocablo inventado por Arana), ETA (sin determinante artículo como es usual en
español) o nacionalista a un seguidor del PNV. Volvamos a los términos "Vasconia", "la ETA" y
"separatista" y las cosas serán mucho más claras. Esas mismas personas son las
que omiten decir la palabra España y español sustituyéndolas por circunloquios
o vocablos como “estado” o “ciudadano”.
Si se
ha producido esta vergonzosa claudicación de nuestra sociedad (comandada por el
progresismo) en lo referente al léxico, ¿qué decir de la aceptación de temarios
y currículos que rechazan la idea de una España como nación común de todos los
españoles? ¿Qué decir de la aceptación del término “nacional” para referirse
tan solo a lo catalán?
Tras el
lenguaje, la importancia del papel del sistema educativo como modelador de la
conciencia de la población es fundamental. Y los separatistas lo saben bien. Precisamente
por eso, porque saben de la importancia que tiene en su papel adoctrinador la educación, los separatistas reaccionan con agresividad cuando se les
intenta limitar esas competencias pues ahora el Ministerio legislará sobre el
55% de los contenidos (10% más que antes). Y es que hasta ahora y durante los
últimos treinta años, mientras los sucesivos gobiernos de España miraban hacia
otro lado planteando con candidez que esas concesiones educativas (las llamadas
competencias) no eran importantes, los separatistas se han aprovechado
difundiendo una historia de Cataluña y un modelo lingüístico que busca abiertamente
la separación de España. Lógicamente, tal y como dijo el ministro, esta
política educativa buscaba un objetivo que ha cumplido: aumentar el apoyo a la
secesión. Si un gobierno no tiene que salvaguardar la unidad de su nación, es
que no entendemos nada de nada.
¿Acaso
no es ya normal, sino necesario y sano, que el ministro de Educación de España
recuerde por una vez en su vida que Cataluña forma parte de España y que se deben
estimular la convivencia y la concordia nacionales? ¿Acaso no se está siendo muy tibio en la adopción de medidas para impulsar esa concordia de manera efectiva?
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