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jueves, 4 de octubre de 2012

La nueva ley de educación I




El pasado 21 de setiembre, el ministro Wert presentó el anteproyecto de su nueva ley de educación, la séptima de la democracia. Docentes y alumnos nos veremos otra vez ante la tesitura, y ya han sido unas cuantas veces, de modificar nuestro currículo. Además, la reforma no parte del consenso como sería deseable y ya han surgido muchas voces, casi todas ellas desde la orilla progresista y comprehensiva, alertando de los riesgos de segregacionismo y desigualdad que esta ley presuntamente entraña. Como muestra podemos ver este artículo de un profesor de Sociología, quien, suponemos que envuelto en la quietud de su aula universitaria y desde la augusta tribuna de El País, nos explicaba a todos los enormes pecados contra el progresismo que la ley conlleva.

Pero el hecho de que no sea positivo cambiar constantemente de legislación o las opiniones contrarias a la misma no debe tampoco ofuscarnos ni ponernos en contra instintivamente de la nueva ley. Las cosas que funcionan mal deben ser cambiadas y creo que es evidente, para quienes nos dedicamos a esta profesión, que el sistema educativo actual tiene unos problemas bastante graves. Si esta ley sirve para solucionar algunos, bienvenida sea.
En sucesivas entregas, iremos analizando, aunque no de forma exhaustiva, algunos de sus planteamientos:
    Adelantamiento de los itinerarios de FP. Actualmente, la separación de alumnos se establece al finalizar la ESO, a los dieciséis años. La nueva ley se plantea adelantar esa decisión (y por ello, separar) a los quince años, al finalizar 3º de ESO. Resulta curioso que los sectores progresistas hayan puesto el grito en el cielo por adelantar tan solo un año esta decisión, cuando en la práctica, con los actuales itinerarios que se plantean en 4º, la inmensa mayoría de los centros ya separa a los alumnos en ese curso. Por aclarar estos conceptos a lectores que no estén familiarizados con la estructura de la ESO, lo cierto es que hoy los alumnos que van a ciclos profesionales o FP, al elegir sus optativas de 4º de ESO, ya esquivan voluntariamente las asignaturas que son más fuertes y optan por otras como Tecnología o informática que son más prácticas que teóricas y que les requieren menor esfuerzo de estudio. Los alumnos que van a Bachillerato, por el contrario, cursan Física y Química, por poner un ejemplo. Esta es la realidad que todos conocemos. En la práctica, lo único que hace la ley es convertir en una situación de derecho lo que ya ocurre de hecho. Por tanto, todo lo que se diga en torno a esto es pura demagogia que, desde luego, es posible en un profesor de Sociología que no tiene la menor idea de la realidad educativa de la secundaria.

En realidad, el debate de fondo que aquí se plantea es el de la comprehensividad y el igualitarismo. El autor del artículo de marras, desliza de forma constante que se quiere separar a los alumnos por ser diferentes. Pues sí, señor Feito, los alumnos, las personas en general y en particular, no son iguales. Los seres humanos tienen, por naturaleza, diferentes motivaciones e intereses que quieren llevar a la práctica en cuanto manifiestan su personalidad. Esto es evidente en cualquier faceta de la vida humana. Es evidente para cualquier profesor que hay alumnos que manifiestan su interés por enseñanzas prácticas y manuales y otros, que se orientan más hacia el aprendizaje abstracto. Es evidente que estar seis horas diarias sentado y concentrado no es plato agradable para algunas personas y que, quienes son más activos y poco sedentarios, se posicionan abiertamente en contra, violentamente en ocasiones, de quienes les obligan a ese sedentarismo reflexivo (por imperativo legal y social, los profesores). Esto es de una evidencia palmaria para cualquier persona que entre en una clase y tenga más ojos que prejuicios ideológicos. Y eso no se arregla forzando a esos alumnos activos y poco dados a las actividades sedentarias a aprender Latín o Física. La mera inclusión de ese tipo de alumnos en la clase genera mal ambiente y obliga al profesorado a iniciar una carrera descendente hasta encontrar el “nivel medio” de la clase. A esta aceptación borreguil del igualitarismo es a quien hay que achacar las frustraciones y el desánimo al que ha conducido la LOGSE a ya varias generaciones de españoles. Esta ley no ataja por lo sano el problema que generó la ley socialista de los ochenta, pero sí supone un tímido paso adelante, un parche en la herida, que desde luego es positivo.

    Realización de una reválida a finales de cada etapa. Esta idea es absolutamente positiva. Uno de los graves problemas que tiene nuestro sistema educativo es la ausencia de evaluaciones externas. El sistema, dominado por pedagogos y políticos, ha difundido en las últimas décadas una enorme falacia basada en los buenos resultados académicos de los alumnos. El sistema ha proyectado sobre la sociedad un gigantesco engaño social según el cual hemos conseguido la generación de españoles mejor preparada de la historia. Nadie se ha atrevido, ni el PSOE ni el PP, a cuestionar este estúpido axioma. Las razones hay que buscarlas, desde luego, en el electoralismo barato. ¿Quién se atreve a decirle a la población la verdad esperando a  cambio su voto? La realidad, sin embargo, es bien distinta. Todos sabemos que el valor de un título de ESO o de Bachillerato es mucho menor que hace veinte años. Todos sabemos cómo han descendido los niveles de conocimientos medios de un alumno de secundaria. La realidad que todos conocemos es que cualquier alumno, por poco que se esfuerce, acaba aprobando. Y la realidad es que mientras según las cifras internas que el propio sistema genera muestran que todo funciona de maravilla, en cuanto hay una prueba internacional, los resultados de España son deplorables. Cuando se dicen las cifras de fracaso escolar, estas deberían ser acompañadas de la explicación de que quienes suspenden son, en la mayoría de los casos, alumnos que abandonan la escolarización de forma anticipada. Esa es la realidad. Insisto, suspenden los que abandonan por su incapacidad de mantener un equilibrio emocional ante el sedentarismo y la reflexión. Fracasan los que no son capaces de soportar una cierta disciplina e integrarse en una sociedad de forma autónoma y responsable. Actualmente, el fracaso escolar no es una cuestión de inteligencia sino de socialización. El alumno bien educado, que respeta las normas cívicas elementales y entrega sus trabajos, acaba aprobando por la “bondad” de los equipos educativos y del profesorado en general, que han acabado convirtiendo su profesión en una especie de sacerdocio mal entendido. Los profesores más exigentes tienen que tener mucho cuidado al poner sus notas pues en ese ambiente generalizado de “todo vale” resulta muy difícil no encontrarse con el dedo acusador del director, la mirada indiferente de los compañeros o incluso con las reclamaciones de los padres. A fuerza de no querer buscarse problemas, las tasas de aprobados se han disparado en las últimas décadas.

     Es por ello por lo que una evaluación externa contribuirá a que el sistema se equilibre. Ya no valdrá el “yo me lo guiso, yo me lo como”, ni la vanagloria de algunos compañeros al comunicar en los claustros que “sus resultados han mejorado sensiblemente por el cambio de las metodología empleada por el departamento” (dicho en plata, porque han pasado la mano; es decir, han rebajado el listón de la exigencia). Trazando un paralelismo jocoso (hay que reírse por no llorar), la situación actual es como si fueran los propios cocineros quienes se incluyeran a sí mismos en la guía MIchelín. “Yo soy el mejor profesor porque apruebo más personas que nadie. Yo soy el mejor sistema educativo porque tengo la mayor tasa de aprobados de la historia en Selectividad. Es la generación mejor preparada de la historia”. Esa es la falacia que el sistema ha difundido al poderse evaluar a sí mismo sin injerencias externas. “Yo hago la mejor comida porque yo mismo lo digo”. Si eso fuera así, todos los cocineros del mundo estarían en la famosa guía. Y automáticamente la guía carecería de valor… Ahora, si las cosas cambian y se hacen unas pruebas verdaderamente exigentes (lo que pongo en duda), cada compañero tendrá que demostrar la validez de su magisterio basándose en lo que las pruebas externas dictaminen. ¿Imaginamos un sistema en el que nuestras condiciones salariales dependan en cierta medida de esos resultados? Si tal ocurre, eso obligará a una mejora del propio sistema pues los alumnos, conscientes de la importancia de las mismas, se esforzarán más en prepararlas y aprobarlas. Los efectos positivos no se quedarán ahí, pues los padres ya no buscarán a un profesor que apruebe a su hijo a toda costa (lo que se busca hoy) sino al profesional que mejor les prepare para el futuro, garantizándoles el mejor resultado en la prueba. El profesor ya no será evaluador, juez, de su propio trabajo; sino el preparador que apoya, obligado por la propia esencia del sistema, a su alumnado en el progreso.
3- 

     Imposibilidad de que los alumnos de los PCPI obtengan el título de ESO. Esta medida también es positiva pues lo que persigue es dignificar la ESO impidiendo que aquellos que abandonan los cursos de ESO, casi siempre y como ya dijimos, por razones de comportamiento y civismo, obtengan el mismo título que quienes se mantienen dentro del sistema demostrando su compromiso social. En la actualidad, dar ese título a los alumnos de PCPI tiene un innegable efecto llamada que hace que algunos alumnos de los 4ºs de ESO orientados a los mismos ciclos disminuyan su rendimiento o incluso pidan ser incluidos en los PCPI esperando obtener el mismo título que quienes cursan Física sin esforzarse lo más mínimo. Esa es la realidad. Y esta nueva medida obligará a los alumnos a esforzarse más, pues deberán mostrar un mínimo compromiso cívico para integrarse normalmente en la sociedad. En realidad, el debate social que aquí se plantea es ¿hasta qué punto debe la sociedad esforzarse por dar cobijo y paraguas a quienes la desprecian en sus comportamientos? Volvemos a encontrarnos aquí con una cuestión ideológica que en realidad enlaza con el mito del buen salvaje roussoniano. Es decir, tenemos a alumnos agresivos, conflictivos, que no respetan normas, ni a compañeros ni a profesores. El sistema los cobija en forma de programas de capacitación profesional para que ellos puedan vivir un par de años más sin más norma que su voluntad. ¿Hasta donde les seguimos en esa carrera? ¿Hasta darles un subsidio vitalicio? Por otro lado, y en relación con este mismo tema, no es cierto que carecer del título impida incorporarse al mundo laboral. Este tipo de alumnado ha salido de los centros sin titular, abandonando en 3º y hasta en 2º, y ha obtenido trabajo con enorme facilidad en la hostelería y la construcción. Esa es la realidad que todos hemos conocido cuando les veíamos los viernes acercarse a la verja del instituto pavoneándose con sus coches y sus radios a todo volumen, intentando atraer la atención de alguna incauta jovencita deslumbrada por el dinero fácil que entonces proliferaba en España. Como en todo lo demás, que vea quien tenga ojos y sea capaz de abandonar prejuicios  

En fin, dejamos el tema hoy aquí para proseguirlo en sucesivas entregas.

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