En las
últimas semanas, nuevamente, una noticia estremecedora ha llegado a los medios
de comunicación. http://www.abc.es/sociedad/20121115/abci-menor-acoso-ciudadreal-201211150929.html
El
pasado 9 de noviembre, una pobre alumna de origen ecuatoriano que asistía al
IES Juan de Ávila de Ciudad Real se había suicidado como consecuencia del acoso
a que era sometida por los alumnos de este centro de estudio. Según informó la
prensa esta alumna faltó una vez en setiembre, en el mes de octubre lo hizo
hasta en 15 ocasiones y en noviembre no había ido ni un día al instituto. Según
declaró el padre de la menor a ABC, en el propio autobús que la llevaba desde
su pueblo (Torralba de Calatrava) a la capital, la alumna no podía sentarse
porque no le dejaban el resto de los alumnos (me resisto a llamarles
compañeros). Por esta razón, era el padre, un albañil ecuatoriano en paro,
quien la llevaba al instituto en su coche particular.
El
miércoles 7 de noviembre, el orientador se reunió con la menor y tras
escucharla, le ofreció como solución su cambio de clase pues no encontró
indicios de que el acoso que ella denunciaba fuera tal; es decir, no creyó que
en el centro existiera un grupo de alumnos que la vejase de forma continuada.
El viernes 9 de noviembre, Patricia se quitaba la vida.
Será,
desgraciadamente, la justicia quien aclare y depure las responsabilidades
castigando a los culpables de que esta niña haya perdido la vida. El sistema fue
incapaz de ofrecer a esta alumna una solución eficaz a sus problemas y ella no
encontró mejor alternativa que la muerte. Es así de duro y triste. Eso quiere
decir en realidad que no tenía ninguna esperanza de que su problema pudiera
resolverse. Le resultaba más grata la idea de morir que la de seguir viviendo
en esas condiciones.
Pero sí
podemos hablar de otros casos. Ante el acoso es imprescindible que se tomen
medidas contundentes y rápidas. Y en ese sentido, independientemente de que los
culpables sean los alumnos que realizan el acoso, lo cierto es que existe
siempre una cadena de responsabilidades en la que intervenimos todos.
El
acosado siempre es un ser solitario y marginado por diferentes razones
(timidez, aspecto físico, capacidad intelectual o raza). El acoso comienza con
su aislamiento del resto del grupo mediante burlas. Cuando el alumno está ya
aislado, el grupo de acosadores se lanza sobre él como una manada de lobos y lo
despedaza en presencia de todos los demás. El acoso se produce siempre delante
de un observador silencioso. Si el observador silencioso se convierte en parte
activa y se enfrenta al problema, todo cambia.
Como
sabemos el acoso se da esencialmente fuera de las clases y en ese sentido son
sus compañeros en el recreo, entre los cambios de clase o a la salida cuando
deben informarnos porque ya estén sensibilizados. Pero eso no quiere decir que
no podamos ver sus efectos dentro de las mismas. Hay ocasiones en que al pasar
lista o sacar a alumnos a la pizarra captamos risas o burlas ante respuestas
incorrectas cuyo tono nos da una idea del estatus que este alumno tiene en su
grupo. No debemos desatender esos datos y debemos ponerlos en conocimiento del
tutor inmediatamente.
El
tutor desempeña, como todos sabemos, un papel esencial. No se puede mirar hacia
otro lado cuando tengamos la más mínima sospecha de que algún alumno está
siendo acosado. Y luego finalmente, aparecen el orientador y el jefe de
estudios, que siempre deben apoyar a la víctima y actuar con determinación,
rapidez y firmeza. Ellos son las piezas fundamentales porque de su actuación
represiva depende en última instancia la salvaguarda de los derechos del
alumno. La inactividad ante casos como estos ya ha sido castigada
reiteradamente por la justicia con fuertes condenas contra los centros pues es
nuestra obligación garantizar las leyes. Y quien no esté en condiciones de
hacerlo con firmeza y valentía debe dimitir de su cargo inmediatamente.
Ocasiones como estas resultan decisivas y ponen a prueba a una persona, a cada
uno de nosotros.
No
debemos en ningún caso hacer oídos sordos o mirar hacia otra parte. La sociedad
y sus leyes nos obligan a garantizar el
derecho a la educación y el respeto a las normas del centro. No es una
decisión voluntaria, sino que nuestra función social consiste precisamente en
eso. Y para ello se necesita (y es un requisito sin el cual nadie puede ser
profesor) firmeza. Firmeza.
Sé que
pedir firmeza es complicado en la España actual. En las últimas décadas, tras
la muerte de Franco y el triunfo de las ideas del mayo del 68, se ha producido
un importante descrédito de la autoridad. Prohibido prohibir. Nadie quiere
ejercer la autoridad para no ser tachado de autoritario, dictadorzuelo o,
directamente, de fascista.
Y se ha
generado el razonamiento inverso. Si yo no soy firme, es porque no necesito
serlo. ¿Por qué? Porque todo el mundo es bueno naturalmente, al estilo de
Rousseau. Por tanto, lo que debemos hacer es comprender los actos de cualquier
tipo y ser tolerantes ante los mismos. Ese concepto, el de la tolerancia, se ha
hecho paralelamente, enormemente popular. ¿A quién no le gusta ser denominado
así? ¿Qué político prefiere ser visto como autoritario en vez de cómo
tolerante?
Puestas
así las cosas, en todos los ámbitos, por norma general los españoles preferimos
mirar hacia otro lado y no afrontar sus responsabilidades. Nadie quiere
enfrentarse a nadie, ni a un compañero, ni a un alumno y muchísimo menos a un
padre. Vemos a un alumno en clase que no atiende o que charla mientras debe
trabajar en silencio y fingimos como si no lo hubiéramos visto. Craso error. El
alumno sabe que somos tolerantes, permisivos… Y sube un peldaño en su oposición
al derecho a la educación de sus compañeros. Ese es el inicio de todo. Llega un
padrea al instituto y se suaviza el comportamiento de su hijo para que no se
disguste en exceso…
Llega
la hora de tomar medidas ante insultos o agresiones y se tiende a ser más
tolerante que firme. Hay una agresión y se expulsa tres o cuatro días.
Simplemente. ¿Cómo se siente una víctima que ha sido humillada o golpeada sin
motivo cuando ve que su agresor es expulsada simplemente tres o cuatro días?
Otra solución es la salomónica, que no compromete ante padres. Un alumno agrede
a otro que, lógicamente, se defiende. Resultado: se castiga a ambos por igual.
¿Es eso justo? ¿Actuaría igual un juez? ¿No existe la legítima defensa? ¿Qué
queremos fabricar, gente pasiva que no responda ante las agresiones?
Para
hacernos una idea de lo que estamos diciendo, comparémoslo con la violencia
doméstica. ¿Se actúa con igual resolución y firmeza ante unos insultos o una
bofetada? ¿Acaso no estamos enseñando mal a unos alumnos a los que más tarde
unos insultos o una bofetada conducirán un fin de semana a un calabozo?
No
olvidemos que la tolerancia y el buenismo tienen víctimas. Y que es nuestra
obligación (y no moral, sino efectiva) defender el derecho a la educación. Para
eso somos funcionarios. Y quien no sea capaz de hacerlo con firmeza, está
usurpando un puesto que no le corresponde. Así de claro.