En
nuestra opinión el sistema educativo debe ser público. El Estado
debe garantizar el derecho de los jóvenes a formarse para
convertirse en ciudadanos. Este sistema público garantiza la
igualdad de oportunidades permitiendo la imprescindible permeabilidad
social de forma que alumnos de las capas humildes puedan, mediante su
talento y esfuerzo, alcanzar posiciones sociales más elevadas. Esto
no es sólo un deseo más o menos filantrópico, sino que
consideramos que esto es un bien social pues permitirá que los
mejores, y no los más pudientes, puedan alcanzar posiciones
decisivas en la sociedad contribuyendo así a la mejora del propio
sistema.
Si
la educación fuera privada y no existieran centros públicos, la
sociedad estaría delegando una de las funciones sociales más
importantes, decisiva como sabemos, en entidades religiosas,
políticas o económicas cuya finalidad central no es solamente la
formación aséptica de ciudadanos de pleno derecho, sino la
formación moral desde sus valores religiosos o políticos propios
cuando no el puro beneficio económico.
En
este sentido, creemos que el derecho a la educación debe ser
sostenido y ejercido básicamente por el Estado de la misma forma que
es el Ejército y las fuerzas de seguridad del Estado y no las
empresas privadas de seguridad quienes tienen la obligación de velar
por la defensa e integridad de la nación y sus ciudadanos.
Por
otro lado, el Estado debe velar por la educación pública de forma
que todo español conozca y domine en su caso una serie de destrezas,
competencias y conocimientos que le permitan ser un individuo de
provecho y colaborar en la empresa social común.
Finalmente,
la educación pública sirve para garantizar efectivamente la
igualdad de derechos y oportunidades de todos los ciudadanos de
España. Es decir, en nuestra concepción, que iremos desarrollando
en sucesivas entregas, la educación pública debe ser igual en todos
los centros del Estado independientemente de la autonomía o barrio
en el que estos se ubiquen. Ni las diferencias sociales ni los
proyectos separatistas deben limitar el derecho inalienable a la
igualdad de todos los ciudadanos de una nación; en este caso de los
españoles.
Esto
no quiere decir que se prohíba el derecho de quienes así lo deseen
a crear, mantener o educarse en centros privados orientados por
principio religiosos y/o morales de diferente tipo; sino que el
Estado debe centrar su esfuerzo básicamente en el sostenimiento de
una red de enseñanza pública de calidad para todos.
Por
tanto, en nuestra opinión, los centros privados deben existir si así
lo desean libremente quienes los creen y sufraguen, pero no ser
sostenidos con fondos públicos. El dinero de los contribuyentes debe
ser dirigido por la sociedad hacia el sostenimiento de los centros
públicos única y exclusivamente.
A
esto podremos oponer, por lógica, la situación actual de España,
donde como sabemos, desde tiempos inmemoriales, instituciones
privadas de todo tipo (fundamentalmente religiosas pero también de
carácter liberal como la ILE y los centros que de alguna manera han
desarrollado su herencia) han creado y ofertado a la sociedad centros
educativos privados. Es un error en este sentido centrar la mira en
la Iglesia católica. También, aunque en menor medida, desde
posiciones laicas y liberales, cuando no abiertamente izquierdistas,
se han creado colegios privados. Ante esta gran cantidad de alumnos
que acuden a la privada, ¿cómo afectaría esta medida al sistema?
Ante
esto hay que contestar varias cuestiones.
En
primer lugar, que lo que estamos planteando es un proyecto ideal de
sistema educativo. En sucesivas entregas se darán casos similares y
también intentaremos explicar que es lo que consideramos correcto de
forma ideal para luego acercarnos con propuestas reales a ese deseo
ideal.
En
segundo lugar, conviene recordar que en España ya hay hoy una red
sólida de centros privados que se sostienen única y exclusivamente
con las aportaciones de sus clientes. Luego lo que planteamos no es
algo desconocido. Planteamos, eso sí, el fin de los conciertos.
Efectivamente,
esto supondría una gran pérdida de alumnos cuyos padres no podrían
o no querrían costear las cuotas que, sin oxígeno público,
aumentarían de forma decisiva pues recordemos que es el Estado quien
paga a esos profesores. Eso conllevaría a su vez el despido de miles
de profesores. Esto debería ser tratado (como ocurrió en el pasado)
con medidas que favoreciesen su incorporación a la enseñanza
pública en el concurso-oposición.
Pero
tendría enormes ventajas para los centros públicos pues estos
recibirían a decenas de alumnos que sí quieren estudiar y que
esperan del sistema educativo sea una palanca para su progreso
social. La huida de alumnos al sistema concertado no ha sido
consecuencia de su mayor calidad educativa sino la forma más
sencilla y barata que han encontrado los padres de evitar que sus
hijos tuviesen que compartir aula y costumbres con alumnos de
comportamiento antisocial. La incapacidad del Estado para garantizar
la disciplina y el orden en las clases es quien ha determinado la
huida de estos alumnos. Así pues, una vez producida esta reabsorción
de alumnos sería función del Estado velar porque ese derecho a la
educación se produjera de forma efectiva. Esto quiere decir que es
preciso hablar de disciplina. Y a eso consagraremos nuestra pŕoxima
entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario