Estas últimas entradas sobre la estafa perpetrada a toda una generación son absolutamente
imprescindibles para que nos demos cuenta de la importancia de
nuestra función social como docentes y para que se pueda comprender
cómo ha sido posible (y lo es a día de hoy) que un disparate como
la LOGSE se implementara y lo que es peor, siga en vigor más de
veinte años e incluso cuente con defensores.
En anteriores entradas hemos ido
clarificando, en este juicio que estamos haciendo a la estafa de la
LOGSE, quienes habían sido las víctimas (en este caso los buenos
alumnos fundamentalmente) y quienes habían sido los culpables
(fundamentalmente los pedagogos progresistas y sus mentores, los
políticos del PSOE). Pero cuando se implementa un experimento de ingeniería
social como ha sido y es una ley educativa para decidir sobre la vida
de millones de jóvenes, son decenas de miles, centenares de miles de
personas las que están implicadas en llevar a cabo la magna obra.
Sin su colaboración, simplemente, la ley no se puede implementar.
En la novela Las benévolas de Jonathan
Littell, el protagonista (Aue, un criminal de guerra nazi) se autoexculpa
del Holocausto diciendo que para que llegasen los judíos a los
campos de exterminio era necesaria, imprescindible, la participación
de centenares de miles de personas y pone un ejemplo. Simplemente con
que los guarda agujas de los ferrocarriles no hubiesen dejado pasar
los trenes a los campos de exterminio, esos convoys de la muerte no
hubieran llegado a su destino y millones de personas habrían
sobrevivido. En la Lista de Schindler, por el contrario, vemos el
efecto de la acción benéfica de una persona. Esto es literatura,
claro. Y tanto un ejemplo como otro se basan en la realidad, pero se
sustentan sobre todo en su función literaria. Ahora bien, Robert
Gellatelly en su ensayo impresionante No solo Hitler demuestra con
datos fehacientes que para que se produjera el Holocausto fue
necesaria la participación de millones de alemanes, culpables
también por tanto de ese enorme crimen. Una vez perpetrado el
horroroso crimen, las generaciones posteriores culpabilizan en
exclusiva al dictador, a Hitler de lo ocurrido, diluyendo así su
propia responsabilidad. Algo similar hemos vivido y vivimos en España
con la figura de Franco, perfecto chivo expiatorio, como si el
franquismo hubiera sido solo él. Hay una frase que creo que conviene
citar ahora y que pertenece a Edmund Burke: “Para que triunfe el
mal, tan solo hace falta que los hombres buenos se inhiban”. Y un
poco de todo esto es lo que ha ocurrido con la actitud del
profesorado ante la LOGSE.
Porque los peones de la LOGSE hemos
sido nosotros. Los carceleros, los ferroviarios, los ejecutores y los
enterradores de esta maquinaria perniciosa hemos sido los profesores.
Decenas de miles de maestros, profesores de secundaria y universidad
han colaborado (y muchísimos con alegre entusiasmo) para
que esta estafa gigantesca fuera posible. Y ahora que todo este
edificio se ha venido abajo (al menos moralmente) cada palo tiene que
aguantar su vela. Al fin y al cabo si un alumno pasaba de curso y
titulaba y hacía selectividad y aprobaba y hacía una carrera y
obtenía su título sin tener suficientes conocimientos y aptitudes
(que al fin y al cabo es lo que importa) era solo porque un
profesorado servil (una persona al fin y al cabo) lo hacía posible.
Ellos solos, los alumnos queremos decir, no se ponían ni se ponen
las notas. Los que les decíamos (y todavía les decimos) que con
esfuerzo y obediencia se consigue todo, hemos sido nosotros. Y eso es
mentira. Yo no seré campeón de cien metros lisos nunca. Y una
alumna simplemente voluntariosa no será juez nunca. Nunca. Aunque
digamos en las juntas que se esfuerza mucho. Se esfuerza muchísimo,
vale. Pero no será juez jamás. Y cuanto antes lo sepa esa persona, mejor porque
eso le permitirá ser feliz antes. Ni notaria, ni registradora de la
propiedad, ni siquiera abogada independiente. Bueno, siempre alegará
alguien, que una persona simplemente voluntariosa puede ser abogada
de un sindicato. Vale como broma. Porque el problema es que hemos
dado el título a tantos miles de alumnos que eran simplemente
voluntariosos que tendrían que existir dos mil sindicatos para
colocarles a todos como abogados. Y peor aún, porque muchos ni
siquiera eran voluntariosos. Y sin embargo, titulaban y titulan solo
por nosotros. No por ellos, sino por nosotros. Oí una vez a un
compañero decir en una junta de evaluación. “Cuando estaba el BUP
lo tenía que aprobar como alumno, ahora que llega la LOGSE y quien tiene
que aprobar sigo siendo yo, porque soy yo quien les apruebo a mis
alumnos”. Nada más cierto que esto. Porque hemos sido nosotros los
que les hemos facilitado el paso por el sistema educativo hasta el
punto de perseguirles para que aprobasen como fuera. Los que han
dejado pasar a los peores alumnos de primaria a secundaria para
quitarnos alumnos disruptivos del colegio han sido los maestros. Los
que les hemos aprobado la secundaria y el bachillerato sujetándonos
la nariz para no oler lo que hacíamos hemos sido nosotros, los
profesores de secundaria. Los que les hemos animado a hacer carreras
hemos sido nosotros. Nosotros. Los que han permitido a los alumnos
acceder a la universidad animando a los profesores de secundaria a
aprobar a todo el mundo en selectividad han sido los profesores de
universidad. Los que les han animado a permanecer más tiempo del
necesario en la universidad han sido también los profesores
universitarios. Todos somos culpables. Y en esa absoluta necesidad de
catarsis, creo que cada uno tiene que recordar que es lo que ha hecho
en todos estos años y qué es lo que hace. Recuerdo decenas de
juntas de evaluación en la que alumnos que no merecían ni un 2
acababan con un 5. Y por lógica los que merecían un 5 tenían un 8
y los que merecían un 7 tenían un 10. Los que merecían el 10 eran rebajados por tanto al 7. Esa era la realidad. Se igualaba por lo bajo. Una vez se dio un premio al mejor expediente en un centro. Era una niña simplemente voluntariosa que hoy no tiene trabajo. Esa es su verdad de hoy. Entonces, a inicios de este siglo, era la número 1 del instituto. Hoy apoya el 15.M, Todo era mentira. Un sistema
montado sobre una mentira gigantesca. Eran otros tiempos, tiempos en
los que había una influencia muy fuerte de la pedagogía
progresista, tiempos en los que los orientadores se hacían con la
palabra ante el claustro o en sus reuniones con los tutores y
peroraban y daban consejos al profesorado sobre pedagogía sin haber
dado clase en su vida, pero con el apoyo y la sonrisa aprobadora de
la dirección. Tiempos de boom en la construcción, de profesores
desmoralizados por su incapacidad para comprender el nuevo sistema y
dominar la disciplina. Tiempos dominados por los nacidos entre 1945 y
1955, muchos de ellos, los ideólogos de la generación, obnubilados
por la figura de Franco y convencidos de que con la LOGSE estaban
construyendo la sociedad democrática, pura, crítica y reflexiva,
que tanta falta hacía. Años de humo.
Recuerdo pronosticar en
juntas de evaluación de mi anterior centro, el IES El Convento, aterrado porque tal o cual alumno obtuviera su título de Bachillerato, que
ese alumno probablemente acabaría una carrera, sí, pero que jamás trabajaría en
su sector porque no tenía capacidad suficiente. Eso solo servía
para cosechar críticas y a veces sarcasmos de otros compañeros inquiriendo que en
“dónde tenía yo mi bola de cristal”, “¿cómo podía afirmar
yo esas cosas con esa ligereza?” Otros callaban y se confesaban de
sus pecados en privado. Lo cierto es que no había que ser Einstein
para darse cuenta de que de un burro por muy voluntarioso que fuese no se podía sacar un pura
sangre, ni siquiera un caballo normal y corriente para dar un paseo. Recuerdo un compañero que, al inquirirle yo sobre cómo tenía un
porcentaje de aprobados en Lengua en 2º de Bachillerato cercano al
90% me contestó con toda su cara: “Si los tiene que suspender
alguien, ya lo harán en selectividad o en la carrera...” Y se
quedó tan ancho, oiga. Y al final quienes tenían que justificar
(y sigue siendo así) por qué no aprobaban su asignatura más que el
60% son los profesores. El que aprueba al 80% no tiene que justificar
nada. Ese sí cumple con su función social. Así son las cosas.
Hoy, visto lo visto, la razón ha
demostrado que quienes defendíamos que nuestras acciones conducían
a España al desastre educativo y social, hemos acertado. Déjennos al menos, que
después de tantos sinsabores (nunca ha sido grato nadar contra
corriente y mucho menos desnudar al príncipe) nos pongamos una
medalla moral. Nosotros, sí, teníamos razón. Porque todos somos culpables, pero unos más que otros.
Por hoy es suficiente: la semana que
viene profundizaremos en este tema. ¿Por qué el profesorado acabamos
siendo cómplices de este perverso sistema?
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