A estas alturas ya podemos cambiar el nombre de la serie por el de la generación estafada. Analizamos hoy quién y por qué perpetró esta estafa,que desgraciadamente, sigue en vigor, pues el sistema que la ha generado, la LOGSE, se manitene incólume.
El sistema educativo es un elemento básico de la estructura social con incidencia en todas las otras facetas. De sus éxitos y fracasos depende todo el funcionamiento social pues en él formamos el material humano que luego será suministrado a la ciencia, la investigación y sobre todo, al conjunto de los trabajadores. Así pues resulta absurdo que quienes toman las decisiones sobre la ingeniería social no siguieran un plan definido al instaurar la LOGSE.
Pero la sociedad es compleja y en el diseño de la LOGSE
influyeron muchos actores. Por un lado los economistas y las razones económicas
que dominan los grandes centros de decisión en la ONU, el FMI, la OCDE o la
Unión Europea. Hay pocos profesores que saben que las competencias básicas
surgen de una reunión de la OCDE de 1999. La intención de este organismo era generar
una mano de obra suficientemente cualificada y con capacidad para cambiar de
trabajo a lo largo de su vida (de ahí la competencia de “aprender a
aprender”...). Pero luego fueron los pedagogos, aislados en su mundo
idealizado, en su creencia de que todo aprendizaje es posible para cualquier
persona, quienes acabaron de implementar el sistema. De esa curiosa mezcla de
elementos capitalistas y progresismo idealista surge nuestro sistema educativo.
Que a nadie le quepa la menor duda que si al poder económico no le hubiera
interesado este modelo, no se hubiera implementado y los pedagogos progres
habrían sido sustituidos por otros más dóciles.
Porque la función fundamental del sistema era generar una
mano de obra con una baja cualificación y muy servil para subemplearla después.
Esa era y es la finalidad del sistema. Eso, a su vez, conlleva una gran ventaja
social y era hacer lo posible porque las bolsas de marginados en suburbios
urbanos y zonas rurales deprimidas desaparecieran. Lograr que personajes como el Vaquilla, el
Lute o el Jaro dejasen de ser familiares a los televidentes españoles. Acabar
con la delincuencia callejera. Trasvasar miles de personas del
lumpenproletariado a la clase obrera. Para ello era necesario simplemente que
los hijos de los trabajadores manuales manejasen procedimientos intelectuales
básicos (las llamadas competencias básicas) y sobre todo, mejorasen sus
actitudes sociales. El objetivo era bajar las tasas de delincuencia y
conflictividad social. Contribuir a que la población trabajadora huyese de la
violencia y arreglase pacíficamente sus conflictos. Generar un colchón
educativo que evitase en caso de crisis una explosión social y en caso de
bonanza garantizase una mano de obra servil. Para ello, en última instancia, se
debía incidir más en los aspectos actitudinales que en los tradicionalmente
educativos. Era necesario cambiarlo todo. Y ahí aparecieron los temas
transversales y la insistencia en los elementos actitudinales en las notas. ¿O
no recordamos aquello de conceptos, procedimientos y actitudes de los inicios
de la LOGSE? Esta fue la idea que dieron
por buena los economistas de la OCDE en todo el mundo y de ahí su conferencia
de 1999 que dio el pistoletazo de salida a las comptenecias básicas. No me cabe
la menor duda de que si entre las capas más influyentes de la sociedad, no se
hubieran convencido de las bondades del sistema, los pedagogos (los tontos
útiles) jamás habrían tenido las manos libres para diseñar su experimento. Y es
que es normal, ¿acaso los nietos de Botín iban a sufrir la misma LOGSE que los
de un campesino de Jaén o un obrero industrial de Vallecas? ¿Acaso la elite ha
necesitado alguna vez de un sistema educativo? El sistema educativo es para las
masas.
Dado el visto bueno por quienes realmente mandan, los
pedagogos socialistas se lanzaron a su experimento de ingeniería social. Y
volcaron en él todos sus prejuicios ideológicos y entre ellos, en lugar
destacado, apareció el igualitarismo. Ya dice un refrán inglés que el camino
del infierno está empedrado de buenas intenciones. Y esas supuestas buenas
intenciones de los pedagogos progresistas acerca del “titulismo popular” condujo
la nave al desastre. España sería un mundo feliz. Todos tendrían derecho a
titular. Ojo, hemos dicho DERECHO. Es decir, titularían a costa de lo que
fueran y aunque no se esforzaran. Ese afán por la titulación llegó a ser tal
que los alumnos al acabar una carrera comenzaban alocadamente otra porque los
propios profesores universitarios les incitaban a “formarse” más y más... Y
luego otra... y otra más en una carrera alocada a ninguna parte. Resulta
significativo que quienes habían creado ese sistema no llevasen a sus hijos a
la red pública, sino que los siguieran manteniendo en centros privados,
comenzando por José María Maravall o Felipe González, cuyos hijos fueron a mi
mismo instituto, el Colegio Montserrat en Madrid. Así confiaban ellos mismos en
el sistema que habían diseñado. Así entendían verdaderamente la igualdad.
Y la tercera razón fue el engaño masivo que les ayudase a
perpetuarse en el poder. Así de triste y así de simple. Una vez montado el
nuevo y perverso sistema educativo, era necesario apuntalarlo con mentiras
estadísticas tan grandes como fuera necesario para que se tradujeran en votos.
Voten al partido que hizo que su hijo alcanzase gratis y con beca un título
universitario. ¿El trabajo? Ya llegaría... Y ahí se tensó la cuerda por parte de
las autoridades educativas desde los ministerios hasta las inspecciones de
forma que este gigantesco engaño se pudiera edificar y sostener en pie. Se
limpió el cuerpo de directores de miembros reivindicativos y se hizo todo lo
posible y hasta lo imposible por aupar a los puestos directivos a personas
dóciles y con escasa personalidad que desempeñasen su función de correa de
transmisión del poder aislando a los profesores díscolos de forma ejemplar. Se
instauraron planes de calidad, planes de mejora, planes de igualdad, planes de
convivencia para asimilar a los antisociales, planes, planes y más planes...
Papeles y más papeles... Y todos los papeles decían lo mismo; había que
aumentar los porcentajes de aprobados como fuera.
Y así fue como se engaño durante décadas a millones de
personas haciéndoles creer que un título que poseería todo el mundo iba a valer
algo. ¡Qué ingenuidad! Eso suponía creer que los puestos de trabajo de
filólogos, historiadores, abogados o biólogos crecerían al mismo ritmo que las matrículas
universitarias... ¡Que sandez! Una mentira creíble solo para personas con
escasa capacidad y experiencia vital pero que fue obviada por quienes sí la
tenían, los políticos y los profesores... Una mentira gigantesca, mucho mayor que el boom de la
construcción o la estafa de las preferentes. Una mentira que ha llevado a toda una
generación y casi a todo un país al abismo. Y dentro de ellos los más perjudicados fueron,
indiscutiblemente los mejores alumnos que tuvieron que verse en las aulas con
muchos otros que ralentizaban su progreso. Y esto no solo en la ESO, sino en
Bachillerato y hasta en la propia universidad. Ya no había excelencia. El
excelente, simplemente, sobraba.
En mi barrio, cuando yo era niño, vi una pintada de la CNT
que se me quedó grabada y que decía: “el día que la mierda valga dinero, los
pobres naceremos sin culo...” Muchos, tristemente, olvidaron en su borrachera
de éxito aparente, estas palabras tan groseras como ciertas.