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lunes, 29 de abril de 2013

¿Por qué se implantó la LOGSE? ¿Quién ideó la estafa y por qué? La generación estafada (4)


A estas alturas ya podemos cambiar el nombre de la serie por el de la generación estafada. Analizamos hoy quién y por qué perpetró esta estafa,que desgraciadamente, sigue en vigor, pues el sistema que la ha generado, la LOGSE, se manitene incólume.

El sistema educativo es un elemento básico de la estructura social con incidencia en todas las otras facetas. De sus éxitos y fracasos depende todo el funcionamiento social pues en él formamos el material humano que luego será suministrado a la ciencia, la investigación y sobre todo, al conjunto de los trabajadores. Así pues resulta absurdo que quienes toman las decisiones sobre la ingeniería social no siguieran un plan definido al instaurar la LOGSE.

Pero la sociedad es compleja y en el diseño de la LOGSE influyeron muchos actores. Por un lado los economistas y las razones económicas que dominan los grandes centros de decisión en la ONU, el FMI, la OCDE o la Unión Europea. Hay pocos profesores que saben que las competencias básicas surgen de una reunión de la OCDE de 1999. La intención de este organismo era generar una mano de obra suficientemente cualificada y con capacidad para cambiar de trabajo a lo largo de su vida (de ahí la competencia de “aprender a aprender”...). Pero luego fueron los pedagogos, aislados en su mundo idealizado, en su creencia de que todo aprendizaje es posible para cualquier persona, quienes acabaron de implementar el sistema. De esa curiosa mezcla de elementos capitalistas y progresismo idealista surge nuestro sistema educativo. Que a nadie le quepa la menor duda que si al poder económico no le hubiera interesado este modelo, no se hubiera implementado y los pedagogos progres habrían sido sustituidos por otros más dóciles.

Porque la función fundamental del sistema era generar una mano de obra con una baja cualificación y muy servil para subemplearla después. Esa era y es la finalidad del sistema. Eso, a su vez, conlleva una gran ventaja social y era hacer lo posible porque las bolsas de marginados en suburbios urbanos y zonas rurales deprimidas desaparecieran.  Lograr que personajes como el Vaquilla, el Lute o el Jaro dejasen de ser familiares a los televidentes españoles. Acabar con la delincuencia callejera. Trasvasar miles de personas del lumpenproletariado a la clase obrera. Para ello era necesario simplemente que los hijos de los trabajadores manuales manejasen procedimientos intelectuales básicos (las llamadas competencias básicas) y sobre todo, mejorasen sus actitudes sociales. El objetivo era bajar las tasas de delincuencia y conflictividad social. Contribuir a que la población trabajadora huyese de la violencia y arreglase pacíficamente sus conflictos. Generar un colchón educativo que evitase en caso de crisis una explosión social y en caso de bonanza garantizase una mano de obra servil. Para ello, en última instancia, se debía incidir más en los aspectos actitudinales que en los tradicionalmente educativos. Era necesario cambiarlo todo. Y ahí aparecieron los temas transversales y la insistencia en los elementos actitudinales en las notas. ¿O no recordamos aquello de conceptos, procedimientos y actitudes de los inicios de la LOGSE?  Esta fue la idea que dieron por buena los economistas de la OCDE en todo el mundo y de ahí su conferencia de 1999 que dio el pistoletazo de salida a las comptenecias básicas. No me cabe la menor duda de que si entre las capas más influyentes de la sociedad, no se hubieran convencido de las bondades del sistema, los pedagogos (los tontos útiles) jamás habrían tenido las manos libres para diseñar su experimento. Y es que es normal, ¿acaso los nietos de Botín iban a sufrir la misma LOGSE que los de un campesino de Jaén o un obrero industrial de Vallecas? ¿Acaso la elite ha necesitado alguna vez de un sistema educativo? El sistema educativo es para las masas.

Dado el visto bueno por quienes realmente mandan, los pedagogos socialistas se lanzaron a su experimento de ingeniería social. Y volcaron en él todos sus prejuicios ideológicos y entre ellos, en lugar destacado, apareció el igualitarismo. Ya dice un refrán inglés que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Y esas supuestas buenas intenciones de los pedagogos progresistas acerca del “titulismo popular” condujo la nave al desastre. España sería un mundo feliz. Todos tendrían derecho a titular. Ojo, hemos dicho DERECHO. Es decir, titularían a costa de lo que fueran y aunque no se esforzaran. Ese afán por la titulación llegó a ser tal que los alumnos al acabar una carrera comenzaban alocadamente otra porque los propios profesores universitarios les incitaban a “formarse” más y más... Y luego otra... y otra más en una carrera alocada a ninguna parte. Resulta significativo que quienes habían creado ese sistema no llevasen a sus hijos a la red pública, sino que los siguieran manteniendo en centros privados, comenzando por José María Maravall o Felipe González, cuyos hijos fueron a mi mismo instituto, el Colegio Montserrat en Madrid. Así confiaban ellos mismos en el sistema que habían diseñado. Así entendían verdaderamente la igualdad.

Y la tercera razón fue el engaño masivo que les ayudase a perpetuarse en el poder. Así de triste y así de simple. Una vez montado el nuevo y perverso sistema educativo, era necesario apuntalarlo con mentiras estadísticas tan grandes como fuera necesario para que se tradujeran en votos. Voten al partido que hizo que su hijo alcanzase gratis y con beca un título universitario. ¿El trabajo? Ya llegaría... Y ahí se tensó la cuerda por parte de las autoridades educativas desde los ministerios hasta las inspecciones de forma que este gigantesco engaño se pudiera edificar y sostener en pie. Se limpió el cuerpo de directores de miembros reivindicativos y se hizo todo lo posible y hasta lo imposible por aupar a los puestos directivos a personas dóciles y con escasa personalidad que desempeñasen su función de correa de transmisión del poder aislando a los profesores díscolos de forma ejemplar. Se instauraron planes de calidad, planes de mejora, planes de igualdad, planes de convivencia para asimilar a los antisociales, planes, planes y más planes... Papeles y más papeles... Y todos los papeles decían lo mismo; había que aumentar los porcentajes de aprobados como fuera.

Y así fue como se engaño durante décadas a millones de personas haciéndoles creer que un título que poseería todo el mundo iba a valer algo. ¡Qué ingenuidad! Eso suponía creer que los puestos de trabajo de filólogos, historiadores, abogados o biólogos crecerían al mismo ritmo que las matrículas universitarias... ¡Que sandez! Una mentira creíble solo para personas con escasa capacidad y experiencia vital pero que fue obviada por quienes sí la tenían, los políticos y los profesores... Una mentira gigantesca, mucho mayor que el boom de la construcción o la estafa de las preferentes. Una mentira que ha llevado a toda una generación y casi a todo un país al abismo. Y dentro de ellos los más perjudicados fueron, indiscutiblemente los mejores alumnos que tuvieron que verse en las aulas con muchos otros que ralentizaban su progreso. Y esto no solo en la ESO, sino en Bachillerato y hasta en la propia universidad. Ya no había excelencia. El excelente, simplemente, sobraba.   

En mi barrio, cuando yo era niño, vi una pintada de la CNT que se me quedó grabada y que decía: “el día que la mierda valga dinero, los pobres naceremos sin culo...” Muchos, tristemente, olvidaron en su borrachera de éxito aparente, estas palabras tan groseras como ciertas.

jueves, 25 de abril de 2013

¿Quiénes son las víctimas de la generación mejor preparada de la historia? (3)


Quizá haya habido en las últimas semanas algunas personas que hayan visto esta serie como una forma de atacar o zaherir a los productos de la LOGSE. Nada más lejos de la realidad. Cada generación es siempre un grupo de niños, indefensos, inermes, una población que despierta aterida y que se adapta de la mejor manera posible a las circunstancias vitales que les rodean. Son siempre los más débiles. No creo, por otra parte, que el ser humano haya cambiado mucho desde la Antigüedad en lo que se refiere a sus capacidades. No creo que Julio César fuera menos inteligente que José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy Brey (que tampoco queremos que se nos tache de partidismo en esto de la inteligencia presidencial), que Newton fuera menos inteligente que Hawking o que Cervantes fuera menos inteligente que García Márquez. Por otro lado, una generación tampoco es homogénea. Es absurdo creer que porque una persona ha nacido en 1950 o en 1981 tiene una serie de rasgos idénticos a la media de su generación. Esto es una sandez. Cada persona comparte con su generación un mismo espacio físico y temporal, unas mismas experiencias. Y a partir de ahí, cada persona es un mundo, un universo con sus propias capacidades y rasgos que la hacen única e irrepetible.

 

Puestas así las cosas, habrá que volver a la pregunta de salida y es ¿quiénes son las víctimas de esta generación? Y la respuesta es ellos mismos porque ellos mayoritariamente y como generación son pobres víctimas. Hay algunos de estos jóvenes que han sido capaces de aprovechar esta coyuntura y agarrar la liana que les sirviera para auparse en la selva de la mediocridad; pero son la minoría. La mayoría se debate hoy entre el subempleo, la emigración y el paro.

Analizaremos anteriores entradas cuáles fueron las causas de que estas víctimas se produjeran. El igualitarismo como ideología, probablemente una de las más perversas del siglo XX, está en la raíz del problema. Y luego, la demagogia de la partitocracia reinante condujeron a esta triste situación.

Lo que se perdió en este camino fue la búsqueda de la excelencia. Al obligar a convivir en la misma clase a todo el espectro cognitivo e intelectual de una generación con la pretensión de que todos aprobaran, fue necesario rebajar el nivel mínimo de los exámenes o rebajar su importancia. Para que se rebajase la importancia del nivel mínimo de los exámenes fue necesario rebajar el nivel de conocimientos y habilidades impartidos y para rebajar su importancia en la calificación fue necesario dársela a otros elementos, esencialmente a la actitud obediente.

En este camino hacia la mediocridad todos perdieron. Al estudiar menos cosas que en BUP, la media (no todos, por supuesto) supo menos cosas de la que sabía alguien que había estudiado BUP. Al obtener todos el título, los títulos pasaron a no valer nada hasta el punto de que un grado universitario en España es hoy, como sabemos, papel mojado. En este camino a la mediocridad todos perdieron miles de horas, años. ¿Cuántas personas hoy tienen dos titulaciones (ambas obtenidos con escaso esfuerzo, eso sí) y hoy no les valen absolutamente de nada? ¿Cuántos de ellos no trabajarán JAMÁS en su respectivos campos de estudio? Seguramente alcance este porcentaje a más de la mitad de esta generación. Si esto no es dilapidar las ilusiones de una generación, si esto no es tirar al mar los miles de millones de euros que han costado a la sociedad esos titulados, si eso no es un crimen contra la nación entera...

Cuando se abandona la excelencia para abrazar la mediocridad, todos pierden; pero quienes más pierden son, indiscutiblemente, los que son excelentes. En este igualitarismo por debajo pierden porque nadie les reconoce sus verdaderos méritos, perdidos en el marasmo de una colectividad mediocre. Su 10 de la ESO era de verdad, sí; pero rodeados de muchos otros 9 y 10 que eran de regalo... Pierden porque tardan en destacar de entre sus semejantes muchos años de universidad, años perdidos entre una multitud gris y de escasa capacidad y exigencia. ¿Por qué una persona ha de esperar hasta los 30 años para demostrar que es superior al resto de su generación? ¿Por qué ha de pagar un máster para ello sin poder alcanzar la formación de excelencia con apoyo nacional? ¿Por qué no mostrar la superioridad intelectual desde los 18 o los 23 años? ¿Por qué perder toda esa energía? ¿Acaso no sería mucho mejor que una persona ya comprendiera con veinte años que los puestos de trabajo serán limitados y que al final, para triunfar, tendrá que competir contra sus compañeros de generación porque no habrá trabajo para todos? ¿Acaso no simplificaría eso la vida? ¿Acaso no es más honrado y realista? ¿Acaso la gente no conocería con prontitud en qué consiste el juego? ¿Acaso no sería más barato para el Estado y menos costoso para los propios estudiantes?

Por lo que se refiere a la vida concreta que nosotros conocemos mejor, las oposiciones, estas preguntas se pueden concretar así. ¿Por qué titular a miles de historiadores, biólogos o filólogos si luego las plazas de profesor no van a llegar ni a centenares? Es obvio que la titulación entonces sería más difícil de conseguir y el nivel de la universidad sería infinitamente superior. Sería imposible que una persona acabase Filología sin haber leído el Quijote. Y no sólo porque lo así lo pedirían los profesores, sino porque un alumnado de estas características y exigido desde su infancia lo haría motu proprio por puro placer y ansias de conocimiento.

Pero no se eligió ese camino, sino el de la mediocridad y la bruma. Una bruma, que cuando se ha despejado, ha dejado ante todos el paisaje después de una batalla.